Agencia de Noticias UPB - Medellín. El profesor de la Universidad de Oxford, Peter Frankopan, publicó hace un par de años el libro “El Corazón del Mundo”. En él propone entender la historia desde una perspectiva diferente y no “perezosa”, refiriéndose con esta expresión a la historia tradicional eurocéntrica, Occidental, basada en la idea básica de que “la Grecia antigua engendró a Roma, Roma engendró la Europa cristiana, la Europa cristiana engendró el Renacimiento, el Renacimiento engendró la ilustración, la ilustración engendró la democracia política y la revolución industrial. La industria se mezcló con la democracia para engendrar a su vez a los Estados Unidos, la encarnación de los derechos a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Esta visión de la historia ha sido explicada según Frankopan a partir de dos elementos: el fortalecimiento de un “orientalismo” que entiende a Oriente como una región poco desarrollada; y, por la configuración de un relato dominante Occidental que considera la cultura europea y la sociedad Occidental moderna como el centro de la civilización, mientras que Oriente es entendido como una insignificante periferia marcada por países violentos, atrasados, con constantes violaciones de Derechos Humanos y regímenes autoritarios. En esta explicación el Mediterráneo es considerado el centro del mundo o como lo dirían algunos europeos el “Mare Nostrum”. Sin embargo, lo que desconoce esta perspectiva es la importancia que ha tenido “el corazón del mundo”, ubicado en Eurasia, donde se configuraron las grandes metrópolis de la antigüedad, surgieron las competencias entre los diferentes grupos lingüísticos, se desarrollaron las religiones y se levantaron los grandes imperios.
Esta forma de ver la historia nos permite poner un foco diferente y entender muchas de las dinámicas contemporáneas de la política internacional y las complejas relaciones geopolíticas. De hecho en la década de los noventa, Zbigniew Brzezinski, desde su análisis geopolítico Occidental (precisamente estadounidense), reconoció en su libro “El Gran Tablero Mundial” el papel clave de Eurasia, como lo hizo en 1919 Halford John Makinder. Brzezinski planteaba que la supremacía geopolítica de los Estados Unidos (y por tanto del mundo occidental, de acuerdo a la última fase de la historia “perezosa”) depende directamente de mantener el poder efectivo y su preponderancia en la región euroasiática. En últimas lo que hace el autor es un llamado de atención a los gobernantes estadounidenses para que mantengan especial atención al comportamiento de los Estados euroasiáticos, sobre todo, a aquellos jugadores geoestratégicos que tienen la capacidad y la voluntad de ejercer poder más allá de sus fronteras, como: Rusia, China e India.
Sin embargo y a pesar de lo anterior, desde el paradigma Occidental se ha subestimado particularmente el papel que pueden desempeñar Rusia y China en establecer un nuevo orden internacional. Esto toma mayor importancia cuando se analizan los lineamientos poco claros de la política exterior estadounidense en la última década, pues ha estado marcada por la ambigüedad al momento de tener un papel protagónico en la estabilización del mundo y en el intento de configurar un orden internacional institucional que aboga por el respeto del marco formal de las Naciones Unidas. Esta situación se torna más compleja desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca quien luego de casi siete meses de gobierno no ha definido su línea en política exterior y los intereses geopolíticos parecen oscilar entre el desconocimiento y el afán mediático de las declaraciones de guerras e intervenciones, buscando ganar legitimidad interna.
Es por esto que en las últimas semanas, la posición de Rusia y China empiezan a tomar relevancia, pues han demostrado posiciones sólidas al defender sus intereses geopolíticos. Al respecto, basta con señalar dos situaciones coyunturales: la amenaza nuclear de Corea del Norte y la crisis política, social y económica de Venezuela. Frente a esto último, el gobierno ruso se ha puesto al lado del régimen de Nicolás Maduro mandando algunos salvavidas en materia económica a través de la petrolera Rosneft que anunció nuevas exploraciones de petróleo y gas con su homóloga PDVSA y recientemente su embajador en Caracas anunció el fortalecimiento de relaciones en materia económica, productiva, minera y de seguridad; asimismo, Moscú ha rechazado las posición de una posible intervención estadounidense en Venezuela. En este punto, no podemos olvidar la estrecha cooperación en materia de seguridad y defensa que ambos gobiernos tienen desde 2005 mediante transferencias de armas y entrenamiento militar. Por su parte China a través de su ministro de exteriores, Wan Yi, ha señalado que las presiones y las intervenciones en Venezuela no tendrán ningún efecto positivo y, de hecho, reconoció la legitimidad de la Asamblea Nacional Constituyente, en la cual se reunieron varios empresarios chinos para analizar el futuro de las relaciones económicas hacia 2030 que le apuestan a la explotación petrolera, sistemas de logística y distribución, maquinarias agrícolas y al sector farmacéutico.
Y frente al cruce de declaraciones entre Kim Jong-un y Donald Trump que han generado la posibilidad de una confrontación nuclear, China salió al paso e impuso sanciones económicas al régimen de Pyongyang dejando de comprar hierro, carbón y mariscos, además de la posibilidad de limitar las relaciones en materia energética, las transacciones bancarias y los giros de capital; de igual forma Pekín implementó ejercicios militares disuasivos en la península de Corea. Mensajes que dejan claro quién resuelve los problemas en esta parte del mundo. En este último punto y en materia de cooperación para superar la crisis, los cancilleres de Rusia y China encontraron puntos en común y han declarado tomar el liderazgo de la situación e iniciar un proceso para bajar la tensiones.
En este contexto, Trump, le sigue apostando a su #AmericanFirst que es entendido como un nuevo aislacionismo de los Estados Unidos para poder concentrarse en sus asuntos internos y, por tanto, deja a Rusia y a China en solitario en la competencia por establecer un nuevo orden internacional que se debate entre un equilibrio de poder y una hegemonía imperial donde Estados Unidos cada vez pierde posiciones. Es la competencia de dos imperios contra un empresario con mentalidad productiva y política del siglo XIX que parece haber renunciado a ejercer el poder propio de una potencia.
Por Pedro Piedrahita Bustamante Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y del Centro de Humanidades UPB
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