Agencia de Noticias UPB-Medellín. El Río Atrato, considerado uno de los ríos más caudalosos del mundo, atraviesa con su forma serpenteante el departamento del Chocó. Hasta sus aguas llegaba, la tarde del 23 de marzo, la pequeña lancha que transportaba el equipo de apasionados de la medicina y la investigación, pertenecientes a la Universidad Pontificia Bolivariana, quienes se aventuraban a iniciar un recorrido que tendría como finalidad adentrarse en las profundidades de la selva chocoana, donde el pueblo indígena Emberá de Hurtadó esperaba su llegada.
Sabía que esta experiencia sería muy retadora e interesante porque nunca habíamos hecho algo así, pero fue más difícil de lo que pensé. Primero la lancha por el río Atrato y después la caminata por medio de la selva. Cuando llegamos ya era de noche. Recuerdo que estaba muy oscuro y tuvimos que instalarnos a ciegas aun cuando nos encontrábamos agotadas, mojadas y picadas”, comentó Sara Montoya, estudiante de medicina de la UPB
Tras instalarse en la oscuridad, el equipo se preparó para la atención de las 36 familias de la comunidad indígena Emberá de Hurtadó, quienes desde días antes se habían organizado en grupos familiares para recibir la atención y valoración en la gran casa comunal donde se encontraban instaladas las mesas improvisadas, que funcionaban como estaciones: en una los medicamentos, en otra las muestras de laboratorio y en el resto los implementos para que el equipo de salud pudiera prestar sus servicios.
Las estudiantes conocían su labor: con el acompañamiento de los investigadores, sus mañanas les pertenecían a las labores de misión médica y en las tardes se dedicaban exclusivamente a la recolección de información. El cansancio se diluía cuando pensaban en su objetivo: aportar a la construcción de un modelo de salud para los pueblos indígenas en el Chocó con un enfoque diferencial.
El papel que cumplieron las estudiantes fue fundamental. Al momento de la selección de los participantes del Grupo de Investigación lo más importante era el interés y la disposición que tenían, porque las enfermedades tropicales no se ven aquí, toca irlas a buscar a las selva y hay mucha gente que las padece, pero pocas personas que trabajan en ellas, entonces no es un tema que a todos les interesa, además, esta era una actividad extra académica, entonces la motivación fue clave”, agregó Mauricio Hernández, quien ha liderado múltiples procesos de acercamiento a los territorios.
Enfermedades tropicales e intercambio de conocimientos
Además de sus labores médicas y de la caracterización de la población, para el equipo también existía interés por el panorama patológico al que se enfrentaban: una población sin acceso a agua potable y, en consecuencia, con multiplicidad de parasitosis, diversas enfermedades transmitidas por vectores, patologías nunca atendidas e infecciones. Y es que, para el equipo, comprender el cómo se asumen enfermedades tropicales como la malaria desde el imaginario indígena, permitiría concluir si para las poblaciones existía un determinismo biológico o mágico y así podrían interpretar y sugerir una pedagogía sobre estas enfermedades, respetando los valores tradicionales arraigados a su ancestralidad.
“Ese respeto por los imaginarios lo fuimos construyendo desde un enfoque diferencial y étnico. Sabíamos que nos referimos a comunidades que tienen otras formas de ver la vida y que tienen una sabiduría que no es mejor ni peor que la nuestra, simplemente es diferente y nosotros aprendimos. No llegamos con la intención de imponer sino de dialogar, observar, y en el mejor de los casos, implementar esta sabiduría con la que ellos nos complementaban”, añadió el docente Mauricio Hernández.
Tras comprender las dinámicas sociales de las poblaciones, atender sus necesidades de atención primaria en salud y dialogar en la búsqueda de puentes de conocimiento, los últimos días en la comunidad fueron aprovechados para la toma de muestras de agua para la realización de estudios fisicoquímicos y microbiológicos que permitieran dar cuenta de las condiciones de calidad y así, plantear estrategias a futuro para ofrecer alternativas de potabilización.
Medicina ancestral
Los investigadores también tuvieron la oportunidad de establecer diálogo con el jaibaná de la comunidad, el hombre designado para curar las enfermedades gracias a su relación con los espíritus. “Nos habló sobre su sistema de salud y nos explicó que cada jaibana tiene un espíritu. Cuando el enfermo le cuenta lo que tiene, él le canta toda la noche, le canta para que le diga que es lo que le tiene que hacer”, agregó Sara Montoya, estudiante de medicina de la UPB.
Pese a las diferencias entre la cosmovisión indígena y la occidental, los investigadores se encontraron con una comunidad abierta y dispuesta a aprender y ofrecer sus conocimientos. Y es que, pese a tener un sistema de medicina ancestral, en su cosmovisión aceptaban los aportes que podían hacer los investigadores y médicos que llegaban hasta su comunidad, tanto así, que, según el jaibaná, el espíritu que lo guiaba en la cura de las enfermedades sabía que algunos necesitaban recurrir a una atención occidental.
Esto no era nuevo para Mauricio Hernandez, quien desde hace años ha trabajado en el acercamiento a poblaciones con dificultades para el acceso a los servicios de salud, pues conocía los sacrificios que tenían que realizar las personas pertenecientes a zonas tan alejadas de la centralidad para poder recibir atención médica. Las estudiantes también lo aprendieron, pero no por la experiencia de casos que conocían, sino porque este viaje les había abierto los ojos ante la realidad que viven miles de personas alrededor del país.
“Yo creo que, desde la vida académica, o más como nos proyectamos en la medicina, en este viaje aprendimos a ser conscientes del sacrificio que debe hacer una persona que viene de una comunidad tan alejada para llegar hasta donde nosotros. A veces el médico recibe al indígena en el servicio de urgencias y no tiene en cuenta lo que caminó, la lancha, el bus, solo para llegar donde nosotros y a veces ni se le atiende bien por la barrera del idioma. Tenemos que pensar que para que lleguen a nosotros tiene que ser algo muy grave y no por cualquier cosa salen de su comunidad. En este viaje aprendimos a ser mucho más consideradas”, comentó Juliana Nieto, estudiante de medicina.
Para el docente y las estudiantes, el trabajo continuará hasta la escritura y posterior entrega de los resultados de investigación. Ahora, esperan visitar otra comunidad indígena de zona rural de Nuquí, Antioquia para poder tener una visión más amplia de las necesidades que surgen desde los territorios.
Por: Yessica Pérez Gómez - Agencia de Noticias UPB
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