Los desarrollos en todas las áreas de conocimiento presentan avances significativos para la sociedad y el planeta; en las últimas cinco décadas la humanidad ha presenciado desarrollos prácticamente impensables siglos atrás, lo que ha traído consigo indudable bienestar en la vida diaria. Sin embargo, los mismos avances y desarrollos han provocado devastación de tierras, contaminación, consumo desenfrenado, inequidades y cambios climáticos destructores. Desde la educación cabe una pregunta: ¿cómo hacernos sostenibles desde la relación entre productividad y cuidado de la casa común?

Las tecnologías, tanto las más vanguardistas como sus antecesoras, nos han puesto, como humanidad, en una dinámica de permanente cambio, de constantes adaptaciones a nuevas herramientas, con las apropiaciones, las comprensiones y los usos que ello supone. En el contexto educativo, en sus distintos niveles, el desarrollo de las tecnologías parece tener un impacto mayor, sobre todo en relación con los procesos formativos y las didácticas para la enseñanza. En este contexto cabe la reflexión acerca de qué tipo de inteligencia se desarrolla con base en las tecnologías y cómo ello impacta los modelos de formación escolares y no escolares (el hogar, el mobiliario urbano, las organizaciones).

De la mano con las tecnologías y las nuevas formas de habitar el espacio, de relacionarnos -con nosotros, con los otros y con lo otro-, nos hallamos en la emergencia de sensibilidades, esto es, formas de sentir que fundan inéditas maneras de pensar, de la razón. Ante la presencia de imágenes y acontecimientos globales, la compasión, por ejemplo, se ha tornado universal, en tiempo real; así mismo, la integración de otras especies a la vida familiar ha ampliado la sensibilidad hacia seres sintientes, aunque no racionales. La educación y la pedagogía tienen un papel central, en esta lógica, en la formación de personas capaces de integrar sentimiento, razón, pasión en la perspectiva de ciudadanías orientadas al buen vivir individual y colectivo.